Aunque ha dejado de ser una monarquía para convertirse en una república, Nepal continúa siendo el reino de lo increíble. Visitar este país es trasladarse en la máquina del tiempo a un mundo suspendido entre la tierra y el cielo, por el que parece no transcurrir la historia. Allí se elevan las cumbres más altas del planeta, pero Nepal no sólo es el Himalaya. El hinduismo y el budismo conviven desde hace siglos sin conflicto, y juntos han creado una irreal arquitectura de palacios y pagodas, cuyos gráciles tejados de madera se superponen unos a otros ascendiendo como peldaños hacia el cielo. Los ojos de Buda nos contemplan desde lo alto de los stupas. Siva y Parvati nos dan la bienvenida desde las ventanas de los templos.Las calles de Katmandú siguen bullendo de artesanos y santones, de barberos y peregrinos, de mercaderes de especias y encantadores de serpientes. Los macacos se pasean entre la multitud. La gente practica sus baños rituales en los estanques sagrados. En miles de capillas y altares los devotos siguen depositando sus ofrendas a los dioses. Y los difuntos siguen siendo incinerados en las orillas de los ríos.
Stupa de Swayambunath (Katmandú). Una familia sube por la empinada escalera que lleva hasta la cima de una de las colinas de Katmandú, donde se encuentra el stupa de Swayambunath, lugar de peregrinaje y culto del budismo tibetano.
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